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El hombre integral

El hombre integral, su plenitud y los Juegos Olímpicos

En todos los ámbitos de la vida—especialmente en el mundo atlético—desde el punto de vista espiritual el hombre integral representa la perfección; el hombre integral representa la satisfacción—la perfección para la satisfacción y la satisfacción en la perfección. La vida humana del mundo actual, desafortunadamente, está muy lejos de la perfección para la satisfacción y de la satisfacción en la perfección. De hecho, nos ofrece una imagen de lo más deplorable. El hombre como cuerpo es ignorancia. El hombre como vital es arrogancia. El hombre como mente es duda. El hombre como corazón es inseguridad. Pero también está el hombre como alma. El alma, que está dentro del cuerpo, pero mucho más allá de la conciencia corporal ceñida a la tierra, es el representante directo de nuestro Piloto Interno. El hombre como alma es vuelo de aspiración. Y finalmente, el hombre como Dios es Deleite-Satisfacción. 

Todos los atletas, sin excepción, son potencialmente grandes y buenos. Un gran atleta es un pequeño ser humano inspirado incansablemente. Un buen atleta es una vida sencilla desveladamente despierta. El gran atleta en nosotros busca la excelencia. El buen atleta en nosotros busca la trascendencia. La excelencia llega muy a menudo a un callejón sin salida. La trascendencia siempre alcanza un comienzo siempre nuevo y un amanecer siempre nuevo. La excelencia es éxito y la trascendencia es progreso. El atleta en nosotros es el descubridor del éxito y el inventor del progreso. El mundo externo es sed de éxito. El mundo interno es hambre de progreso.

Hay dos mundos: el mundo externo y el mundo interno. Aún así, hay dos competiciones: la competición externa y la competición interna. La competición externa empieza y termina. La competición interna tiene una salida sin comienzo y una llegada sin final. En la competición externa, competimos con el resto del mundo. En la competición interna, competimos con nuestro miedo, duda, ansiedad, preocupación y todo eso. En la competición interna, competimos con nuestra ignorancia de milenios.

Sólo porque una y otra vez hemos tenido deplorables derrotas y fracasos, no debemos retirarnos del mundo atlético. No, sólo tenemos que aspirar con más fervor, con más devoción y más abiertamente. Nosotros somos el eslabón de conexión entre nuestra aspiración y nuestra inspiración. Somos aspiración; ofrecemos inspiración. Nuestro anhelo-aspiración es nuestro devenir último. Porque anhelamos algo, finalmente llegamos a serlo. Nuestro anhelo es nuestra auto-trascendencia. La trascendencia nos conducirá siempre mucho más allá del dominio del canceroso miedo y la venenosa duda. Liberados del miedo, nos volvemos grandes. Liberados de la duda, nos volvemos buenos. La grandeza influencia al hombre externo. La bondad inspira al hombre interno.  La grandeza, no cabe duda, finalmente triunfa; pero la bondad reina eternamente suprema en el corazón de la humanidad aspirante. La grandeza, presuntuosa e incorrectamente dice: “Yo tengo todo. Yo soy todo.” La bondad, humilde y fervorosamente dice: “Mi Amado Señor Supremo es todo Compasión por mí. Por Su infinita Magnanimidad, a Su Hora elegida, me otorgará lo que Él tiene y lo que Él es”.

Aspiremos. Aspirar es ensanchar nuestros horizontes. El llanto eterno de nuestra travesía eterna es el Dios en el hombre. Compartamos esta sabiduría sin igual con el resto del mundo y de este modo liberemos la esclavitud, irradiemos el amor, prolonguemos la paz y fortalezcamos la unicidad. La unicidad manifiesta la plenitud, y la plenitud es el hombre integral.

Ya que estamos tratando originalmente con el mundo atlético, vayamos a su Origen: los Juegos Olímpicos. Los Juegos Olímpicos son una visión auspiciosa, gloriosa, preciosa y sin precedentes de Grecia. ¿Y cual es está visión? Esta visión no es otra que la felicidad del mundo.
La felicidad es el amor bullendo en la novedad y la plenitud de la vida verdadera, la vida iluminadora, la vida colmadora.

Los Juegos Olímpicos se alzan por encima de todas las diferencias hechas por el hombre. Son infinitamente más grandes que la raza. Son eternamente más brillantes que el color. Son supremamente mejores que la religión. No sólo son constantemente uno con el hambre-evolución de la humanidad aspirante sino que son también la comida-satisfacción y el alimento-perfección de la humanidad.

El atleta humano en nosotros se adhiere a la gran expectación. El atleta divino en nosotros se adhiere a una vida-existencia que está entregada a la Voluntad de Dios, para complacerle a Él, a Su propia Manera. El Atleta Supremo en nosotros es Dios. Dios el Atleta Supremo tiene tres miembros en Su familia inmediata que siguen Sus Pasos: Su hijo, Velocidad; Su hija, Destreza; y Su hijo, Fortaleza. Destreza ayuda a su hermano, Velocidad, y de esta manera Velocidad logra la victoria suprema y la gloria suprema. Cuando la necesidad lo requiere, Destreza ayuda también a su hermano Fortaleza, y Fortaleza logra la gloria sin límites y la victoria sin límites. Además, cuando es necesario, la hermana ayuda a ambos hermanos juntos a lograr la victoria suprema y la gloria suprema. Mientras tanto, el Padre observa todo el tiempo. Al mirar, bendice a Su Hija, Destreza, dentro de las lágrimas de gratitud de sus hijos, y los tres hijos, a cambio, le ofrecen al padre el silencio sin aliento y el sonido sin muerte de su victoria.