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La libertad interna

La libertad externa es ver lo que deberíamos. La libertad interna es ser lo que debemos. Lo que deberíamos ver es el rostro dorado de la verdad. Lo que debemos ser es la vida fluyente de la Visión de Dios y el hálito resplandeciente de la realidad de Dios.

La madre de la libertad es la luz. El padre de la libertad es la verdad. La esposa de la libertad es la paz. El hijo de la libertad es la valentía. La hija de la libertad es la fe.

La libertad suena donde la luz brilla. La libertad suena cuando la verdad canta. La libertad suena si la paz se expande. La libertad suena porque la valentía demanda. La libertad suena; he aquí, la fe florece.

Luchamos por la libertad externa. Clamamos por la libertad interna. Con la libertad externa vemos y gobernamos las cuatro esquinas del globo. Con la libertad interna vemos el Alma y devenimos en la Meta del universo entero.

La verdadera libertad no se halla en criticar al mundo o criticar a un individuo o individuos. Asimismo, la verdadera libertad no se halla en meramente apreciar y admirar el mundo o la humanidad en su conjunto. La verdadera libertad se halla únicamente en nuestra unicidad inseparable con el llanto interno del mundo y su sonrisa externa. El llanto interno del mundo es Dios–la–Realización; la sonrisa externa del mundo es Dios–la–Manifestación.

La libertad es expresiva. Esto es lo que me dice el cuerpo.
La libertad es explosiva. Esto es lo que me dice el vital.
La libertad es costosa. Esto es lo que me dice la mente.
La libertad es iluminadora. Esto es lo que me dice el corazón.
La libertad es colmadora. Esto es lo que me dice el alma.

Mi libertad externa es a menudo mi auto-impuesta y auto-agrandada obligación. Mi libertad interna es el derecho innato de mi aspiración eterna y mi realización sin fin. La pregunta capital es si la libertad interna y la libertad externa pueden o no correr la una al lado de la otra. Ciertamente pueden; ciertamente deben. La libertad interna sabe lo que tiene y lo que es: realización. La libertad externa debe saber lo que quiere y lo que necesita: transformación. Cuando mi libertad externa es transformada con toda el alma y sin reservas, inmediatamente deviene en el poder más poderoso y el orgullo más alto de mi libertad interna.

Mi libertad externa es la barca de mi vida. Mi libertad interna es el mar de mi vida. Mi Dios es mi Piloto Supremo. Hoy soy el alma buscadora y clamorosa de mi viaje. Mañana seré la meta iluminadora y colmadora de mi viaje.

Mi alma de libertad es la compasiva y constante necesidad de mi Dios. Mi meta de libertad es la sonriente y danzante seguridad trascendental de mi Dios permanentemente colmada.

Fairfield University
Fairfield, Connecticut
8 de abril de 1970