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Deseo y aspiración

El deseo es un fuego salvaje que quema y quema, y finalmente nos consume. La aspiración es una llama resplandeciente que secreta y sagradamente eleva nuestra conciencia y finalmente nos libera. Sed de lo Altísimo es aspiración. Sed de lo más bajo es aniquilación. El deseo es expectación. Sin expectación no hay frustración. Aniquilado el deseo, construida la felicidad verdadera. La aspiración es entrega. La entrega es la unidad consciente del hombre con la Voluntad de Dios.

Tal como están las cosas en el presente, nuestro mismo nacimiento nos empuja a estar muy lejos de Dios. ¿Por qué regodearnos deliberadamente en los placeres de los sentidos y alejarnos más aún de Dios? Del mismo modo que la guerra lleva a que el comercio de un país se detenga, también nuestra tremenda inclinación a los placeres de los sentidos lleva a que todos nuestros movimientos espirituales internos se detengan. De hecho, satisfacer las imaginadas necesidades de nuestra vida humana y clamar por la satisfacción de nuestros placeres terrenales no es sino un mal autotorturador. Pero satisfacer las necesidades reales y divinas de Dios en nosotros y a través de nosotros es autoiluminación.

¡Pobre Dios! Las personas no iluminadas siempre piensan que no tienes misericordia. Sin embargo, cuando colmas sus deseos, piensan que nadie en la Tierra puede superar Tu estupidez.

¡Pobre hombre, mira tu muy deplorable destino! En las apropiadas palabras de Bernard Shaw: “Hay dos tragedias en la vida. Una es no conseguir el deseo de tu corazón; la otra es conseguirlo”.

El deseo es la ansiedad del hombre. La ansiedad encuentra satisfacción únicamente cuando es capaz de colmarse a través del apego sólido. Aspiración significa calma. Esta calma encuentra satisfacción únicamente cuando es capaz de expresarse a través del desapego que todo lo ve y todo lo ama.

En el deseo, y en ningún otro sitio, habita la pasión humana. La pasión humana tiene un adversario directo llamado juicio, el juicio de la dispensación divina. En la aspiración, y en ningún otro sitio, reside la salvación del hombre. La salvación del hombre tiene una amiga eterna llamada Gracia, la Gracia de Dios que todo lo colma.

El deseo es tentación. Alimentada la tentación, desnutrida la felicidad verdadera. La aspiración es el despertar del alma. El despertar del alma es el nacimiento del deleite excelso. Un verdadero buscador de la Verdad infinita nunca puede ganar nada con el descubrimiento de Oscar Wilde de que “la única manera de deshacerse de una tentación es ceder a ella”. El buscador ya ha descubierto la verdad de que sólo por medio de la alta, más alta, altísima aspiración puede uno deshacerse de todas las tentaciones, vistas y no vistas, nacidas y por nacer. La tentación es una enfermedad universal. Para un hombre sin aspiración, la tentación es inequívocamente irresistible. Pero un verdadero buscador siente y sabe que puede resistirse a la tentación, y a lo que no puede resistirse es la transformación, la transformación de su naturaleza física, de su conciencia entera. Por supuesto, esta transformación es algo a lo que él no quiere resistirse. Al contrario, es por esta transformación por lo que él vive en la tierra.

¡Observad la fuerza de una burbuja de deseo! Es capaz de enjaular nuestra vida entera para su uso exclusivo. ¡Observad la fuerza de un ápice de aspiración! Tiene el poder de hacernos sentir que Dios el Infinito es absolutamente nuestro. Y algo más: que el Amor, la Paz, la Alegría y el Poder infinito de Dios son para nuestro uso constante.

Los objetos de los sentidos y el apego humano a ellos son inseparables. Pero en cuanto ven la Sonrisa de Dios, niegan su intimidad. Y lo que es más, se vuelven perfectos extraños.

Colma las demandas de tu cuerpo, y pierdes el control de ti mismo. Colma las necesidades de tu alma, y ganas el control de ti mismo. ¿Qué es el control de ti mismo? Es el poder que te dice que no tienes que correr hacia tu objetivo. El objetivo ha de venir a ti, y lo hará.

La moneda del mundo externo es el dinero, que muy frecuentemente se vuelve veneno. La moneda del mundo interno es la aspiración, que finalmente se convierte en autorealización.

El apogeo del deseo humano está representado por el Veni, vidi, vici —“Vine, vi y vencí”—de Julio César. La cumbre de la aspiración divina fue expresada por el Hijo de Dios: “Padre, hágase Tu Voluntad.”

El esclavo de la pasión es el ser humano. El hijo de Dios es igualmente el ser humano. ¿Cuál de ellos quieres ser? Una elección conduce a tu destrucción completa, la otra a la salvación inmediata. Se te ha dado la alternativa dorada e incondicional. Tú debes elegir, aquí y ahora.

Universidad de Nueva York
Nueva York, Nueva York
29 de marzo de 1969